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Canibalismo puro.

Al recobrar la conciencia me vì atado de pies y manos a un poste grueso de bambúes. A unos metros de mi, el enorme perol elevado sobre el fuego ya hervía el agua. Mis custodios eran un par de aborígenes negros de muy corta estatura. Con cabellos hirsutos y taparrabos groseros. Rostros de facciones muy acentuadas y pintura en color blanco y rojo. Eso a lo que llamamos “pintura de guerra”. ¿Guerra? ¿Pero cuando les hice yo la guerra? ¿En que pudo ofenderlos un insignificante estudia bichos como yo?.

Intenté moverme un poco para ver que posibilidades tenia de desatarme y aprovechar algún descuido, pero mis guardianes dándose cuenta de mi treta, me picaban con la punta de sus pequeñas lancitas en los dedos de los pies.
Entonces se escuchó una estruendosa voz, como venida del cielo; que le gritaba a los negritos que me picoteaban.
-Pacoooooooo, Jimenaaaaaaaaa. Ya métanse, dejen de dar lata.
Aun con toda la impotencia y confusión que sentía dada mi condición, tuve tiempo de pensar para mis adentros, que extraños eran esos nombres para un par de africanitos.
Los dos armados parecieron hacer caso omiso a la voz del mas allá, sin sentir ni tantita piedad de mis miembros ya sangrantes, seguían picándome con sus puntas afiladas, tan afiladas como diminutos colmillos.
La alarma del despertador me sacó del sueño en una terrible sacudida, mi pequeño corazón palpitaba acelerado. El gato me mordía inmisericordemente los dedos de los pies por encima de la sabana, tuve que darle un bofetón para que se apartara de mi carne jugosa.
Por la ventana se colaba la ronca voz de mi odiosa vecina, llamando a sus taimados hijos que seguramente estarían haciendo de las suyas en el patio.
-Pacooooooo, Jimenaaaaaaaaa. Ya métanse, dejen de dar lata.
24 Febrero, 2011
Lilymeth Mena.
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Tacones altos.

Faltaban apenas unos minutos para las dos cuando tomó su puesto en la esquina acostumbrada. Hacia dos meses que acudía sin falta desde que la descubriera; a la misma hora, en el mismo lugar. La gente caminaba hacia el norte sobre la acera. Cientos de pares de pies caminando en tropel para entrar en fila a la estación del subterráneo.

Las dos en punto y nada.
Se le habría hecho tarde. Pero no es normal en ella. Ella.
De continuo escaneaba a la multitud para encontrarla, y filtraba los sonidos de la calle. En un instante todas sus funciones se dejaron arrastrar por el melodioso eco de sus tacones altos.
La cabellera oscura subía y bajaba por el aire a cada movimiento de su cadera. La mano derecha sostenía graciosamente la correa del bolso sobre el hombro, la izquierda se guardaba del frio dentro del abrigo. Labios rojos. Ojos brillantes. Piernas largas.
No podía apartar la vista de tan hermosa aparición. Mientras, dentro de su cerebro, los circuitos y el sonido de alarma no paraban ese odioso “beep…beep…beep”.
En la pantalla interna una ventana emergente alertaba sobre una falla momentánea en el sistema, sin raíz lógica:
Error CiP27954 – No computa
No computa
No computa…_
21 Febrero, 2011
Lilymeth Mena.
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Suelo negro.

Con la trompa y sus cuatro patas anchas como troncos; el elefante se defendía del par de leones que le atacaban. Los felinos daban de brincos intentando trepar hasta el cuello, que está por demás decir que era tan grueso y alto que ni con la ayuda de dos leones mas habrían podido de veras mallugarle.

Las garras mininas tiraban zarpazos que sonaban como espadas cuando rebanaban el aire. La trompa de pelos hirsutos y cortos se tendía contra el mismo aire rebanado para estremecerlo sobre los lomos y costados del par de atrevidos.
Mientras tanto, de lo más profundo de la tierra salían excitadas las hormigas por millares. El temblor provocado por la batalla las había instado a buscar el barullo. Con ojitos redondos y negros como semillas infecundas, las hormigas se agolpaban unas sobre los lomos de las otras para admirar aquella belleza y bravura. El temple que casi se les antojaba como armadura impenetrable.
A cada ataque de los leones había respuesta pronta del elefante que provocaba cada vez mas admiración y fauces abiertas entre las mas pequeñas criaturas de la jungla.
Ya cansados y bastante lastimados, el par de gatos tuvo que admitir su derrota y practicar la graciosa huida.
El elefante mantuvo firmes postura y mirada.
Las hierbas crecidas cubrieron la retirada de los melenudos derrotados.
Con la trompa ya mas quieta, el elefante se echaba encima tierra fresca para calmar los arañazos también frescos.
Con sus diminutos cerebros hinchados de fe y pasión, las hormigas habían decidido adorar a este ser todo perfección. La hormiga reina se veía ahora torpe junto a tremendo monumento viviente del coraje y la decisión.
El elefante con algo de hastió en la mirada quiso entonces cobijarse bajo alguna sombra piadosa que le brindara un poco de relajo. Con pesados pasos se dirigió hasta donde estaba aquel árbol alto y se sentó sobre el suelo ennegrecido por un pequeño tapete de hormigas.
12 Febrero, 2011
Lilymeth Mena. 
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