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Chispa Navideña

Fabián heredó la propiedad de sus abuelos maternos quienes lo habían criado como a un hijo. Era una enorme casa estilo colonial, con dos adorables balcones, una escalera tallada por un ebanista artesano, piso de duela, chimenea, muebles que denotaban un poco el carácter de los abuelos, severo y oscuro, techo con vigas de madera y tejas de barro. Aunque no lucía descuidada del todo, por dentro los hijos de Fabián se habían encargado de darle desgaste a todo lo que hasta su nacimiento se había conservado en buen estado. Así pues, los muebles, la duela y la pobre escalera, no se habían escapado de raspones, agrietamientos y astilladuras a lo largo de los ocho años de los mal criados gemelos.
Por si fuera poco, la casa sufría de frio y humedad.
Por las noches, cuando ya todos estaban dormidos y la casona podía tener un poco de paz; la pobre se estremecía con las venidas del viento sur. Era como una anciana desnuda expuesta al intemperie, friolenta y temblona. Solo entonces, se podía escuchar claramente como las gruesas vigas del piso más alto, crujían a modo de chillido doloroso y largo.
Estando a pocos días de las fiestas decembrinas, la mujer de Fabián tuvo como capricho, comprar un montón de series de luces novedosas para decorar la casa.
No hubo rincón, incluyendo balcones, chimenea y ventanas; que no quedaran cubiertos por foquitos que tintineaban frenéticamente, escarchas, calcetines, y cuanta decoración sobrara para poder sentirse inundado de espíritu navideño.
Luego que sofocaran el fuego y no quedaran ruinas en pie, ni ser con vida; los bomberos se arrebataban la probable causa del incendio, mientras se llevaban a cabo las investigaciones pertinentes. El jefe del escuadrón un hombre con mucha experiencia, aseguraba que todo habría iniciado por un corto interno, dentro de las entrañas de las paredes; dadas las condiciones y la edad de la instalación eléctrica. Pero un joven bombero tenia serias sospechas sobre la calidad de las series navideñas, hechas en china.

17, Noviembre, 2011.
Lilymeth Mena
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Ausencia.

Cada mañana, Susana se prepara un plato de fruta , una taza de granola con cereal y café descafeinado. Federico desayuna todos los días, una pieza de pan tostado con un poco de mantequilla de maní y un vaso de leche fresca. Mientras se lavaba los dientes, Federico piensa que tal vez éste será el día afortunado; quizá en el sexto piso del elevador, en la sala de fotocopiado, o en el metro, conocerá a la mujer de su vida. Cuando parece que Susana se mira en el espejo cepillando su larga cabellera, en realidad se pierde en esa mirada que ve detrás de todas las cosas, imaginando si en la junta de la tarde conocerá a alguien interesante.
En el metro, Federico cede siempre su asiento a cualquier mujer que suba al vagón después que él, le gusta escudriñar los rostros de los pasajeros con la tierna esperanza de encontrar en alguna furtiva mirada un atisbo de dulzura.
Susana se contonea sobre sus tacones altos rumbo a la puerta giratoria del alto edificio de oficinas, con el inmortal deseo de coincidir con un chico lindo que le permita entrar primero.
A sus treinta y cinco años, Susana siente que su reloj biológico la apresura en una carrera con interminables curvas sinuosas. Federico hace lo posible por esquivar el deseo de comprar la enorme camioneta para su inexistente familia.
Ella quiere a alguien que la cuide. Él sueña con cuidar de alguien.
Tienen tanto amor que dar, tantas películas favoritas que compartir, lugares mágicos que visitar, libros con orillas dobladas hacia adentro para reflexionar sobre alguna frase en especial, ambos sueñan con atardeceres anaranjados.
Ya en la tarde, Susana detiene el auto en la luz roja del semáforo, Federico pasa justo en frente.
Él solo mira un limpia parabrisas que sube y baja lentamente, ella solo mira el impermeable empapado de un chico que baja las escaleras del metro.

19 Agosto, 2011
Lilymeth Mena
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Luna llena para Justina.

Justina caminaba de la clínica al estacionamiento. Había tenido mejores días. La dirección del hospital la presionaba para aplicar quimioterapia a todos los enfermos terminales de cáncer, aun si con ella no podía hacer más que prologarles la agonía. Era una manera de atraer el dinero de las aseguradoras a la caja general para el bono de fin de año de los médicos en jefe.

Desde luego que a Justina todo eso le parecía una maniobra asquerosa.
Soltera aun a los treinta ocho años, siempre se sentía atacada por una profunda tristeza en ese breve recorrido de camino a su auto, y de ahí a su casa. A veces antes de abordar su vehículo se permitía una bocanada profunda de aire nocturno, que gracias a las grandes aéreas boscosas del hospital, se perfumaba de las flores que solo cuando se oculta el sol sueltan su escandaloso aroma.
Particularmente las azucenas desprendían a un dulzor muy fresco, y solo dios adivinaba lo mucho que Justina necesitaba robarse algo así para terminar de mejor manera la jornada.
Mientras introducía la llave en la puerta del auto la oncóloga cerró los ojos y respiró muy hondo en varias ocasiones, casi con desesperación. Mientras giraba la llave sintió un pequeño piquete en el tobillo derecho, casi por instinto se agachó y paso la mano sobre la extremidad.
Durante varios días después del curioso piquetito se sintió extraña, notó que algunos alimentos le causaban nauseas y todo el tiempo pese a tomar suficiente agua, sentía una sed espantosa. La piel en el área de los brazos y muslos sufría de una resequedad inusual, y durante las noches dormía bien poco así que se sentía cansada.
Para colmo, pronto sería la fiesta de fin de año en el hospital y le tocaría como ya era costumbre, atender a algún invitado ricachón para sacarle un donativo.
Esa noche otra vez de camino a su vehículo se concentro de manera inusual en lo incomodo que le resultaba el chasquido de sus tacones en cada paso que daba. Una ligera lluvia de invierno había dejado el suelo mojado, las nubes poco a poco se movían para ir mostrando pedazos de luna, que según el calendario era llena.
Justina se encontraría quizá a unos diez pasos del auto cuando el cielo se despejó por completo y una limpia luz lo clareó todo. Una extraña sensación en los parpados la obligó a detenerse, sus dedos comenzaron a hormiguear, y al llevárselos a la cara para mirarlos mejor, notó un color verdoso en sus palmas. En las contra partes de codos y rodillas una punzada dolorosa, caliente y profunda terminó por tumbarla en el suelo en posición fetal.
Para ese instante la tierra entera irradiaba de vuelta la luz que le proyectaba la luna llena en toda su plenitud.
En el suelo quedaba una bata blanca, un portafolio negro, y las llaves del auto.
Las flores perfumaban todo con su escandaloso aroma.
Y la mujer rana croaba perdiéndose entre los charcos de los amplios jardines.

5 Agosto, 2011
Lilymeth Mena.
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Repetición

Como si los chicos Universitarios no tuviésemos vida social, otra vez nos dejan mucha tarea para el fin de semana. Sobre todo la maestra de literatura que me da en la nariz que tiene algo contra mi, cada vez que pasa lista y menciona mi nombre, me echa una miradita de “te odio maldito” que realmente ni siquiera intenta disimular.



Es viernes por la noche y tendré que abstenerme de salir para hacer toda mi tarea de una vez y tener libre el fin. Son los dos únicos días que puedo ver a Sandra, entre servir, limpiar mesas y los exámenes no me queda margen para mucho más.
A ver…Kafka y su chingada Metamorfosis.
Tengo que leer y escribir en quinientas palabras mi interpretación personal, no parece gran cosa.
Comencé a leer con autentico desgano, aunque la triste suerte del pobre Goyo me pareció no solo descabellada, sino injusta. Me reacomodé la almohada cuando su madre llamó a la puerta; casi sentí ese nerviosismo que me da cuando mi propia madre toca y yo estoy en alguna situación incomoda.
En ese justo momento y como por arte de algún embrujo mi madre golpeaba mi puerta.
-Luchooooo, apúrate que ya vamos a cenar
-No tengo hambre, má. Tengo que terminar mi tarea
-Como quieras, nomas no te duermas tan tarde
Seguí en mi lectura y conforme el pobre de Goyo batallaba por ponerse en pie y entender un poco lo que le sucedía, yo comparaba su tragedia con mi propia fútil existencia.
Al final no pude menos que sentir real compasión por el destino de Goyito. Que padres tan indiferentes, que vida tan corta y que final tan miserable. Intenté no recordar todas las veces que me he sentido incomprendido y fuera de lugar. Pero siempre me ha parecido que la forma de compasión mas horrible es la auto indulgencia, así que no quise seguir con esos pensamientos tan patéticos. Alcancé a escuchar los pasos de mi padre en el corredor y el apagador de la luz. Estiré la mano y apagué la lámpara de mi mesita de noche.
La luz del medio día que ya se colaba por la cortina fue lo que me despertó, alguien tocaba el timbre de la casa y los perros ladraban en el patio de atrás. Mamá arrastraba los pies con las sandalias de baño todavía puestas para salir por el periódico.
Me estiré todavía sobre la cama con la espalda pegada a mis arrugadas sabanas, y en lugar de el ruido gutural y matinal que esperaba escuchar salir de mi garganta, escuché una especie de fuerte zumbido.
De inmediato recordé a Goyo y la manera en que despertó aquel fatídico día.
Traje las manos lo mas cerca de mi cara posible solo para darme cuenta de que no eran manos, sino unas patitas delgadas y peludas que temblaban tan velozmente que era casi imperceptible.
Pensé que se trataba de un sueño debido a mi lectura de anoche y a la fuerte impresión que me había causado en lo personal. Quise ponerme de pie y para mi sorpresa yo no luchaba como Goyo, tenía unas enormes y pegajosas alas que me permitieron salir de la cama con asombrosa facilidad. Vi la ventana a medio cerrar y con las pobres medidas que tenía de mis aproximadas dimensiones actuales, calculé que me seria posible salir volando, y así lo hice.
Volé hasta el costado de la casa y entré de nuevo por la ventana de la cocina por la que ya escapaba el olor a comida, mamá estaba parada frente a la mesa picando verduras sobre la desgastada tabla de madera. Me acerqué lo más que pude al oído de mi madre para decirle lo que sucedía.
-Soy yo mamá, tu Lucho. No se que fue lo que sucedió pero esta mañana cuando desperté escuché un zumbido, mis manos no eran manos, sino estas patitas peludas, y entonces salí volando por la ventana…
Mamá enrolló el periódico y lo levantó en el aire.
18 de Junio, 2011
Lilymeth Mena.
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Perdón por la tristeza.

Tal como sucede con muchos hombres que han sido desde el inicio de sus vidas, exitosos, mimados y adinerados; Víctor tenía muy malos modales, terribles ataques de vanidad y pecaba de soberbia. No tenía amigos pues consideraba su amistad demasiado importante para dársela a cualquiera.

Como único heredero de la fortuna familiar y de la empresa que fundara su padre, sus días se debatían entre el trabajo y una mala relación amorosa. Mala, por que el poco tiempo que él le dedicaba a su seductora novia no parecía ser el suficiente, y ella siempre encontraba con quien entretenerse.
Así pues pese a tener más de lo que un hombre común pudiera desear, el muchacho tenía un alma vieja y agria.
Al llegar a casa los únicos que lo esperaban eran el valet y su perro. Mientras Víctor se sentaba cómodamente a relajar el cuerpo, el valet le traía en una charola de plata un coñac con hielo, le quitaba los zapatos y ponía un paño fresco con loción sobre su frente.
El perro se echaba a un lado y lamia la mano flácida de su amo que caía por encima del brazo del sillón.
Después de un discreto intento del valet por hacerle platica a su señor incitándolo a hablar del clima, del pesado trabajo o de su infiel prometida, parecía que esta noche no era la indicada para desahogarse con el hombre a su servicio, así que le despidió haciéndole notar que él no llegaba a casa para platicarle sus problemas a un valet con cara de pocos amigos “No se que te pasa esta noche que tienes encima un aire deprimente que solo consigue que me ponga de peor humor”. Enseguida se levantó el señor y se fue a su recamara. El valet se inclinó un poco hasta que la puerta se cerró.
Al día siguiente en la oficina le fueron entregadas a Víctor todas las facturas del mes, que debía firmar para ser enviadas a contabilidad. Entre ellas notó una del día anterior por un arreglo de flores.
- Pero, yo no he pedido que le envíen flores a nadie - dijo en tono áspero a la asistente por el intercomunicador.
-Ya lo se señor, yo me tomé el atrevimiento de enviarlo por usted
- ¿Y a quién? …si se puede saber
- A Adolfo su valet, ayer hace un año que murió su esposa.
29 Mayo, 2011
Lilymeth Mena
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El gato sabio.

Afuera del viejo y roído edificio pasaba una de las más importantes avenidas de la ciudad. Como la estación del metro quedaba justo en la esquina, el ir y venir del tráfico y transeúntes era cosa común. La vecina que habitaba el departamento de la planta baja y administraba el edifico, poseía un gato pardo que tenia por mas grande disfrute sentarse sobre la cornisa de la ventana a contemplar la vida. Todos los días el gato miraba pasar a la gente, los autos, las aves, y a los vendedores de maní con sus escandalosos carritos. Igual, parecía vigilar la entrada y la salida de las personas al edificio, algunos vecinos que bien sabían de su rutina, al mirarlo en su lugar habitual lo saludaban con un gracioso “Hola Margarito”.

Ernesto y Andrea eran una joven pareja de recién casados que vivian en el tercer piso. Como sucede frecuentemente con las parejas de enamorados, a ella le gustaba enojarse por pequeñeces; entonces le montaba al pobre y paciente Ernesto un berrinche, ella azotaba la puerta y salía a la calle esperando que el compungido muchacho saliera corriendo tras ella para pedirle perdón.
Una tarde después de comer, Andrea hizo uno más de sus acostumbrados berrinches de niña mimada. Azotó la puerta como gobernaba su costumbre y salió a la calle dando pasos grandes y agitados. El confundido y desorientado Ernesto salía esta vez unos segundos mas tarde que su amada, con lo que no alcanzo a ver si su encaprichada esposa había doblado a la izquierda o a la derecha.
Ernesto se sacudió nerviosamente el cabello con las manos y miró desesperado en ambas direcciones. Como unos minutos antes había caído una copiosa lluvia de mayo, la calle estaba bastante solitaria ¿hacia donde correr? Pensaba Ernesto.
Entonces levantando la mirada se encontró con la del gato, que pestañeando perezosamente se reacomodaba en su lugar.
- Eh, Margarito ¿tú no habrás visto por donde se fue?
Ya que no tienes dignidad, se fue por allá.  
Señaló el gato con la pata derecha.
25 Mayo, 2011
Lilymeth Mena.

Des-esperanza


En un lugar muy lejano dentro del mas profundo sueño del áfrica, Aisha con la espalda bien recta revuelve el contenido de la enorme cazuela que está sobre el fuego. Sus cuatro hambrientos pequeños esperan con ansia a que la comida quede hecha. Hace un mes que el padre fue a buscar alimento lejos de casa. Aisha espera a que vuelva. Ya nada queda. Las horas pasan y la comida continua hirviendo sobre las incansables llamas. Con una enorme cuchara rustica, Aisha revuelve de vez en cuando el contenido que hace ruido en el fondo, donde se encuentran barro y caldo.
Finalmente los pequeños se duermen de tanto esperar.
Aisha cansada, apaga la lumbre y las piedras al fondo de la cazuela llena de agua dejan de brincar.
Aisha también duerme.
01 Mayor, 2011
Lilymeth Mena.
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Amnesia.

Durante todo ese tiempo me habías engañado con otra mujer. Supe que todo había terminado entre nosotros cuando fuimos a cenar a aquel lugar que tu sabes que me gusta, y ninguno de los dos se atrevió a iniciar charla, siquiera casual u obligada. Evitábamos tocarnos y esquivábamos las miradas del otro. La taza se había roto y como toda pieza delicada de porcelana, era imposible intentar repararla con un poco de pegamento. Por mas restaurada que quedara, en cuanto intentáramos llenarla nuevamente de agua, el vital liquido saldría a chorros por las grietas invisibles para el ojo humano.

Después de esa noche lo demás ha sido muy sencillo.
En una bolsa plástica guardé todas las cosas que tenia en mi posesión y que podían traerme tu recuerdo a la mente sin pedirlo, tus cartas, tarjetas, canciones, regalitos. Incluso el ramo de rosas rojas ya seco por el tiempo, que yo guardaba como cosa preciosa, el mismo ramo que me diste en nuestra primera cita.
De mis paginas sociales borré tu contacto y fotografías, aunque conservé con bastante afecto las amistades en común. De mi celular igual eliminé todo lo que tuviera que ver contigo.
Cuando me di cuenta ya no había nada tuyo en mi vida o en mi paisaje cotidiano. Me cuesta bastante distinguir si fuiste realidad o producto de una mala noche de sueño.
Incluso ahora que ya ha pasado un poco de tiempo, no estoy segura de recordar el lugar exacto en el que enterré tu cuerpo; o si acaso se trata de un deseo de venganza que no llegué a consumar.
Honestamente…no recuerdo.
12 Abril, 2011
Lilymeth Mena.
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Siempre, amor.

Con mucho cuidado me desprendiste de la enorme flor en la que habia nacido. Prometiste cuidarme y amarme para siempre. Dijiste que era tanta la ternura que mis ojos te provocaban, que procurarías jamás estar lejos. Me acercaste a ti y con tu boca grande me mojaste el rostro y el cuello. “Que me parta un rayo si permito que alguien nos separe”.

Me guardaste entonces con sumo cuidado dentro del bolsillo de tu pantalón. Y dijiste que apartir de entonces iríamos juntos a todas partes ¡Te mirabas tan contento!
Yo se que tu no sabias, que no te diste cuenta, que no es tu culpa.
Que el bolsillo tuviera un agujero.
06 Abril, 2011
Lilymeth Mena.
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El seco Lorenzo.

María tenía que recorrer a pie unas cuantas huertas antes de llegar al terreno seco donde vivía su único hijo. Lorenzo era el maestro del pueblo, uno por demás inhóspito y olvidado de dios. Allá arriba en la sierra hay pocos con la requerida vocación, que vuelvan a su tierra a ser profetas luego de haber probado las delicias de las grandes ciudades.

Lorenzo había vuelto convertido en todo un maestro normalista, listo para alfabetizar el sufrimiento de los campesinos pequeños que se escapan algunas horas de sus pesadas tareas, para aprender a leer y el difícil arte del uno, dos, tres.
Lorenzo era un buen hijo pese a su desapego. Cada cheque que recibía era enviado junto con algún alumno hambriento, a la casa materna para sustento de la anciana María. En sus tardes y días libres se dedicaba el letrado a la pequeña huerta del terreno junto a su casa, que le era prestada por el alcalde municipal en su sed de hacer a todos bien visible su gran corazón y profundo concepto de la caridad al prójimo necesitado. Algunos vecinos a diferencia del distinguido alcalde, le hacían llegar cada semana al humilde maestro, leche de vaca, tortillas echas a mano y uno que otro bípedo alado que bien sirviera de caldo o para echar un taco.
María hacía lo posible por sobreponerse a sus reumas y caminar el largo trecho a casa de su hijo una vez por mes. Lo encontraba usualmente asoleado, sin camisa, sin haber comido, y con las manos llenas de tierra negra, trabajando sobre los frutos de la pequeña huerta. Que era la única forma que encontraba de sacar sus frustraciones y gastar más energía que aquella que le exigen a la mente y al cuerpo los desgastados libros de texto.
María y Lorenzo entraban entonces a la casita para preparar algo de comer y cenar juntos. El maestro se enjuagaba pecho y cara sobre una tinaja de agua bien fría y encendía casi en el acto un cigarrillo. Una afición que lo siguió de la capital a su querida sierra. Y que él calificaba no como vicio, sino como complemento para la vida.
-Esa cosa va a terminar por matarte - le decía su madre cada vez que este terminaba un cigarro y encendía otro inmediatamente.
-No madre, te aseguro que es más probable que me muera de soledad y tristeza, a que me mate el cigarro.
De eso último el único que tenia toda la culpa era el mismo Lorenzo. Tantas hijas bonitas le habían presentado los pueblerinos que lo respetaban, como tantas había despreciado por ignorantes.
-Y no es que yo me sienta mucho - replicaba ante las insistencias de su madre por casarlo - pero es mejor solo que mal acompañado.
Aquella noche la vieja María se despedía mas tarde de lo acostumbrado, entre lavar la loza y hervir el champurrado se había entretenido de más.
-Cuídese mucho mijo y ya no fume tanto - le decía mientras plantaba un beso en la frente de su hijo y hacia la señal de la cruz.
Lorenzo ya agotado y bien comido se echaba sobre su catre a releer por enésima vez el capitulo cuarto de su libro favorito.
Y fue así que lo sorprendió el sueño, entre la pagina ciento veinticinco y el dieciseisavo cigarro del día en la mano derecha. Corrección, su cansada mano derecha.
Al día siguiente cuando el maestro no se presentaba a la escuela veinte minutos antes como de costumbre. Uno de los niños corrió hasta su casa para despertar al maestro, que quizás se había quedado dormido.
El escuincle encontró cenizas donde antes se levantaba la casita de Lorenzo, el terreno seco que la rodeaba no había permitido la propagación del fuego.
27 Marzo, 2011
Lilymeth Mena.
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Por siempre Abril.

Esa tarde lluviosa de abril tuve que volver caminando de la escuela a casa de mi abuela como todas las tardes. Aunque atravesar el parque a esas horas no hacia mas que alargarme el camino, algo me obligó a hacerlo. Un tipo de presentimiento, antojo, capricho interno. ¡Yo que se!

La mochila me golpeaba ligeramente el trasero cada que daba un paso, las manos dentro de los bolsillos de mis acabados jeans no hacían otra cosa que encogerse de frio. Con los exámenes finales la migraña y el hambre que tenía tan atrasada, encima me llovía.
Llegando a la esquina que forman la avenida grande y la calle de librerías sentí que pisaba algo mullido con el pie derecho, me devolví un paso y miré en el suelo lo que parecía ser una especie de semilla del tamaño de una nuez, algo suave y peludita.
La guardé dentro de la mano y terminé de recorrer las últimas dos cuadras con esa cosa rodando entre mis dedos.
La abuela me recibió con una toalla pequeña y me dijo que me bañara, no fuera yo a pescar un resfriado. Solo eso me faltaba.
Me preparé un sándwich para ponerme a repasar los apuntes del día. La semillita peluda sobre el escritorio me provocaba una extraña inquietud y la miraba de reojo de vez en vez.
Para la mañana salía ya corriendo por que se me había hecho un poco tarde. Subí al primer autobús que pasó aunque iba bastante lleno. Intenté surfear entre la gente para acercarme a la puerta trasera. Y ahí estabas tú, sentada casi al fondo con tus libros sobre las piernas. Me colgué del pasamanos al mismo tiempo que me diluía en tus ojos, mi mano derecha encontró la semilla dentro de mi bolsillo. No recordaba haberla metido ahí. No se decirte por que, pues jamás he sido esclavo de las explicaciones; pero impulsivamente metí aquella bola peluda a mi boca y la tragué.
Sentí entonces, puro amor.
Es justo decir que te quise desde que te vi.
A partir de ahí mi vida fue una terrible pesadilla. Me levantaba cada mañana con los minutos contados para alcanzar tu autobús, y poder verte lo que dura el trayecto de diez calles a mi escuela.
Entre el mal comer, la presión de los exámenes finales, perseguirte y un extraño mal que me aquejaba físicamente, mi cuerpo y mente estaban notoriamente disminuidos.
Por las noches una fiebre muy alta me atacaba y no había mañana que no despertara besando el excusado. De madrugada mientras intentaba dormir escuchaba el aleteo de un mosquito muy cerca de mi rostro. Inútilmente encendí la luz varias noches seguidas intentado dar con él para aplastarlo. Nunca lo vi. En cuanto ponía las sienes sobre la almohada, el aleteo y el zumbido del infeliz me sonaban fuertemente haciendo eco en mi cerebro.
Lo único que ponía un poco de freno a mi miseria, eran aquellos divinos segundos diluido en tu mirada, extraviada en el paisaje urbano tras el cristal del autobús.
Cuando perdí seis kilos la abuela me metió una purga obligada.
Ya no sabía si era deberás doloroso o simpático intentar adivinar por que eran las migrañas y el cansancio, si por que se me iba la vida en vómitos o por que el pinche insecto zumbador no me dejaba en paz. Cada noche el mismo rezumbar en mi cabeza.
Una mañana de esas en que yo ya no esperaba nada, ni arrastrarme para verte siquiera; me fui directo al excusado. Me arrodillé y me preparé para mi cascada matutina, ya sin luchar, sin poner ninguna resistencia a esto que me estaba matando.
En lugar de fluido sentí algo rasposo trepar por mi garganta. ¡Sácalo! – me dije a mi mismo intentado con la poca voluntad que me quedaba pujar un poco para sacar aquello.
Mi mano sobre la boca alcanzó a detener un bicho que todo aturdido salía de mis entrañas. Casi del tamaño de una moneda de a diez lo sostuve sobre la palma extendida. Lo miré, me miró, lo miré de nuevo, y en lugar de aniquilarlo despiadadamente por todo lo que me había provocado, lo coloqué en la cornisa de la ventana y lo vi volar hacia afuera.
Jamás en la vida volví a sentir aquel amor que me perdía.
Tampoco volví a verte.
"Para ti, que siempre estás aunque no quieras".
15 Marzo, 2011
Lilymeth Mena.
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Mamita querida.

Venia retrasado para su cita como de costumbre. Quince minutos que tendría que reponerle en la consulta siguiente sin ninguna excusa. La puerta se abrió de un de repente y dejo pasar el fresco de la llovizna y su nefasta presencia arrastrando los pies como solo él sabia hacerlo, con toda la parsimonia y pesadez del universo. Se disculpó por el retraso, su internado en la sala de urgencias del hospital vecino le concedía siempre el perdón.

Desde hacia dos meses sus quejas eran las mismas, trabajaba mas horas de las que podía soportar el cuerpo y dormía muy poco. Luego de examinar su rutina y las causas aparentes para su incomodidad nocturna; me quedó claro que su madre lo exasperaba. La mujer no hacia otra cosa que llamarle por teléfono a cada hora para saber como se encontraba.
El pobre recién graduado de la facultad de medicina era hijo único, su madre lo había criado ella sola luego de que el padre los abandonara, jamás se habían separado más de lo que se puede separar uno para acudir regularmente a clases, y gozar de alguna piadosa relación clandestina con alguna compañera de sexto semestre.
Ahora alejados el uno del otro con tierra de por medio debido al internado del futuro brillante medico, la señora se ocupaba de cuidarlo con sus llamadas de larga distancia.
Me había propuesto comunicarle de mi diagnostico unos minutos antes de terminada la sesión, para luego canalizarlo con un colega especializado en relaciones destructivas. Ya que mi especialidad son más bien los trastornos del sueño, creí oportuno indicarle que su malestar no calificaba para mi programa. Su molestia era externa y real así que debía tratarse como tal.
Antes de que tuviera tiempo de comentarle mi conclusión, su teléfono sonó y él haciéndome una indicación con el dedo índice elevado en el aire, contesto casi de inmediato sacando el celular del bolsillo delantero de su bata blanca.
-Hola, mamita querida ¿Como estas? ¿Que estas haciendo?
07 Marzo, 2011
Lilymeth Mena.
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Canibalismo puro.

Al recobrar la conciencia me vì atado de pies y manos a un poste grueso de bambúes. A unos metros de mi, el enorme perol elevado sobre el fuego ya hervía el agua. Mis custodios eran un par de aborígenes negros de muy corta estatura. Con cabellos hirsutos y taparrabos groseros. Rostros de facciones muy acentuadas y pintura en color blanco y rojo. Eso a lo que llamamos “pintura de guerra”. ¿Guerra? ¿Pero cuando les hice yo la guerra? ¿En que pudo ofenderlos un insignificante estudia bichos como yo?.

Intenté moverme un poco para ver que posibilidades tenia de desatarme y aprovechar algún descuido, pero mis guardianes dándose cuenta de mi treta, me picaban con la punta de sus pequeñas lancitas en los dedos de los pies.
Entonces se escuchó una estruendosa voz, como venida del cielo; que le gritaba a los negritos que me picoteaban.
-Pacoooooooo, Jimenaaaaaaaaa. Ya métanse, dejen de dar lata.
Aun con toda la impotencia y confusión que sentía dada mi condición, tuve tiempo de pensar para mis adentros, que extraños eran esos nombres para un par de africanitos.
Los dos armados parecieron hacer caso omiso a la voz del mas allá, sin sentir ni tantita piedad de mis miembros ya sangrantes, seguían picándome con sus puntas afiladas, tan afiladas como diminutos colmillos.
La alarma del despertador me sacó del sueño en una terrible sacudida, mi pequeño corazón palpitaba acelerado. El gato me mordía inmisericordemente los dedos de los pies por encima de la sabana, tuve que darle un bofetón para que se apartara de mi carne jugosa.
Por la ventana se colaba la ronca voz de mi odiosa vecina, llamando a sus taimados hijos que seguramente estarían haciendo de las suyas en el patio.
-Pacooooooo, Jimenaaaaaaaaa. Ya métanse, dejen de dar lata.
24 Febrero, 2011
Lilymeth Mena.
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Tacones altos.

Faltaban apenas unos minutos para las dos cuando tomó su puesto en la esquina acostumbrada. Hacia dos meses que acudía sin falta desde que la descubriera; a la misma hora, en el mismo lugar. La gente caminaba hacia el norte sobre la acera. Cientos de pares de pies caminando en tropel para entrar en fila a la estación del subterráneo.

Las dos en punto y nada.
Se le habría hecho tarde. Pero no es normal en ella. Ella.
De continuo escaneaba a la multitud para encontrarla, y filtraba los sonidos de la calle. En un instante todas sus funciones se dejaron arrastrar por el melodioso eco de sus tacones altos.
La cabellera oscura subía y bajaba por el aire a cada movimiento de su cadera. La mano derecha sostenía graciosamente la correa del bolso sobre el hombro, la izquierda se guardaba del frio dentro del abrigo. Labios rojos. Ojos brillantes. Piernas largas.
No podía apartar la vista de tan hermosa aparición. Mientras, dentro de su cerebro, los circuitos y el sonido de alarma no paraban ese odioso “beep…beep…beep”.
En la pantalla interna una ventana emergente alertaba sobre una falla momentánea en el sistema, sin raíz lógica:
Error CiP27954 – No computa
No computa
No computa…_
21 Febrero, 2011
Lilymeth Mena.
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Suelo negro.

Con la trompa y sus cuatro patas anchas como troncos; el elefante se defendía del par de leones que le atacaban. Los felinos daban de brincos intentando trepar hasta el cuello, que está por demás decir que era tan grueso y alto que ni con la ayuda de dos leones mas habrían podido de veras mallugarle.

Las garras mininas tiraban zarpazos que sonaban como espadas cuando rebanaban el aire. La trompa de pelos hirsutos y cortos se tendía contra el mismo aire rebanado para estremecerlo sobre los lomos y costados del par de atrevidos.
Mientras tanto, de lo más profundo de la tierra salían excitadas las hormigas por millares. El temblor provocado por la batalla las había instado a buscar el barullo. Con ojitos redondos y negros como semillas infecundas, las hormigas se agolpaban unas sobre los lomos de las otras para admirar aquella belleza y bravura. El temple que casi se les antojaba como armadura impenetrable.
A cada ataque de los leones había respuesta pronta del elefante que provocaba cada vez mas admiración y fauces abiertas entre las mas pequeñas criaturas de la jungla.
Ya cansados y bastante lastimados, el par de gatos tuvo que admitir su derrota y practicar la graciosa huida.
El elefante mantuvo firmes postura y mirada.
Las hierbas crecidas cubrieron la retirada de los melenudos derrotados.
Con la trompa ya mas quieta, el elefante se echaba encima tierra fresca para calmar los arañazos también frescos.
Con sus diminutos cerebros hinchados de fe y pasión, las hormigas habían decidido adorar a este ser todo perfección. La hormiga reina se veía ahora torpe junto a tremendo monumento viviente del coraje y la decisión.
El elefante con algo de hastió en la mirada quiso entonces cobijarse bajo alguna sombra piadosa que le brindara un poco de relajo. Con pesados pasos se dirigió hasta donde estaba aquel árbol alto y se sentó sobre el suelo ennegrecido por un pequeño tapete de hormigas.
12 Febrero, 2011
Lilymeth Mena. 
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Amigas.

Clara mecía el columpio y se reía a carcajadas. Con cada empujar de sus bracitos, el columpio tomaba mas velocidad en el aire y tanta altura que casi tocaba la copa de los arboles.

Clara preguntaba a Sissi casi a gritos si quería que la meciera más fuerte. Sissi respondía que si, siempre decía que si; era su mejor amiga y entusiasta cómplice de travesuras. Jamás la dejaba sola.
El subir y bajar provocaba una marea de risas y emoción.
Cuanto más alto, más alboroto.
La puerta de la casa se abrió con un rechinido de bisagras. La madre de Clara se sacudía las manos sobre el mandil, preparándose para interrumpir la fiesta con uno de sus acostumbrados gritos y su mal humor.
-Claraaaaa. Deja ya de ensuciarte ese vestido y ven a comer. Tu padre no tarda en llegar. ! Apúrate ¡
La pequeña, frunciendo levemente el entrecejo, detuvo el columpio vacío con una sola mano.
-Ven, Sissi. Vamos a comer.
29 Enero, 2011
Lilymeth Mena.
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Los instintos del lobo.

Junto con otros once perros Kyra tiraba del trineo de su amo; cargado con provisiones compradas en la aldea para todo el invierno. Pronto las tormentas de nieve ya no permitirían bajar de las montañas.

Después de tres horas de camino el amo abrió una tienda confeccionada con pieles para pasar la noche.
Los perros cenaban y descansaban de las largas correas.
Un crujir en el bosque llamó su atención y volvió a mirarlo. Era un lobo de ojos cristalinos. Lo vio por primera vez cuando su caravana bajaba a la aldea dos días antes. Los había estado vigilando a lo lejos, siguiendo los pasos de los intrusos que cruzaban su territorio. Como el amo era un hombre muy experimentado avivaba el fuego cada tanto para mantenerlo lejos. Aunque no siempre lograba distinguirlo sobre la nieve, Kyra podía sentir su presencia, su olor, y soltaba aullidos largos que se unían a los de él en la oscuridad. Mucho antes del amanecer Kyra se alejó de los demás perros para buscarlo.
No tuvo que ir muy lejos, èl también la miraba y la sentía.
Se olieron de cerca y lamieron sus partes húmedas. Dieron varias vueltas uno alrededor del otro antes de desgastar sus sexos, con ese instinto natural ajeno a los reproches, tan propio de las bestias.
Cuando el sol amenazaba con lanzar sus primeros rayos sobre las cúspides nevadas, Kyra entendió que era hora de volver a su amo como lo entienden dócilmente todos los perros.
Solo había una cosa que la detenía.
-Vuelve conmigo- le dijo al lobo – mi amo es un hombre bueno y estoy segura que sabrá apreciarte. Quédate conmigo e iniciemos nuestra propia manada.
-No sabría como hacer eso. Siempre he estado solo - le respondió el lobo mientras daba unos pasos hacia atrás.
Se miraron todavía una vez mas mientras cada uno caminaba en dirección contraria.
27 Enero, 2011
Lilymeth Mena.
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Estrellas en las orejas.

Se contaban ya ocho años desde su divorcio. Había intentado de todo para olvidarla. Pero sus esfuerzos parecían acrecentar y avivar los recuerdos, incluso los de más tiempo atrás. Recordaba detalles como el color del vestido que traía puesto cuando la conoció, los aretes con forma de estrella que no se quitaba nunca, sus manos pequeñas que él frotaba para proteger de ese frio invierno del 97.

Tuvo relaciones con chicas nuevas. Caras frescas, manías desconocidas. Para él todas ellas eran misterios sin resolver. Solía pensar que una de las razones de haberse casado (aparte de amarla perdidamente), era no tener mas citas. Odiaba todo ese rito de hacerse el interesante e intentar deshojar la personalidad intrincada de cualquier otra mujer.
Cualquier otra mujer que no fuera ella, si…ella.
Se encontraba ya tan agotado, tan devastado, que no le pareció en nada descabellada la idea que le propuso su primo. Su primo estudiaba el último año de psiquiatría, e intentaba realizar su tesis sobre las terapias a base de hipnosis y regresión del tiempo. Usando a su vez, drogas suaves que ayudaran en el trabajo de persuación.
Estaba decidido a intentarlo, de todas maneras no podría estar peor.
- Esto va a ser un poco violento - le advirtió su primo - pero te aseguro que es absolutamente necesario ¿Que tan violento? – preguntó con algo de reserva, mientras se acomodaba en el sillón reclinable y le eran colocados electrodos por todo el cuerpo, que con largos cables de colores daban a un monitor, a una mesa con planos para escalas, y a una aguja lista para dispararse sobre el papel.
Pues mira – le respondió su primo con una sonrisa sombría en los labios – Te voy a arrollar con un tren. Luego retrocederé y te pasaré de nuevo por encima para asegurarme de no haber fallado – él también sonrió.
El Plan era simple. Todo el procedimiento se haría en una sola sesión intensiva de doce horas. Empezaría por retroceder en el tiempo al momento en que la conoció, y a partir de ahí se introducirían ciertos cambios para modificar sus memorias hasta el día de hoy. Ni su primo ni su madre volverían a mencionársela, y dado que eran su única familia, y los unicos en su vida actual que la habían conocido, todo se acomodaba a su favor.
Olvidarla de un tajo, de una buena vez. No sonaba nada mal.
Cuando despiertes, no recordaras nada que tenga que ver con ella – fueron las ultimas palabras que escuchó antes de perderse en el punto de sangre que dejó la jeringa al salir de su brazo. Cuando despertó eran las diez de la mañana, se encontraba recostado en el sillón reclinable del estudio en casa de su tía. No recordaba haber llegado la noche anterior. Cuando se topó con su primo en el corredor, hacia el baño; éste le contó que había llegado algo tomado de una fiesta la noche anterior.
Espero que hayas dormido bien, el estudio es algo frio en inviernoPor extraño que parezca – respondió sorprendido – me siento increíble, como si hubiera dormido todo lo que no he dormido en años.
Después de desayunar se despidió para dirigirse a su propia casa.
Ya en la calle, justo cuando levantaba el brazo derecho para introducirlo dentro de la manga del abrigo, vio a lo lejos una hermosa silueta. Con la boca ligeramente abierta y los ojos impávidos, la siguió a lo largo de seis cuadras. Se quedó parado unos minutos afuera de la casa donde la viera meterse. Una casa amarilla con enormes ventanales blancos; que absurdamente le parecía conocida.
De camino para su casa. No podía dejar de pensar en ella, en esa dulce criatura de sonrisa amable. No podía alejar de su mente aquel rostro tan blanco, esos hermosos ojos verdes, ese vestido de color naranja, y esas diminutas estrellas en sus orejas.
18 Enero, 2011
Lilymeth Mena.
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Guantes de látex.

A esa hora de la madrugada los cuartos y corredores del hospital permanecían a media luz. Las secciones sin enfermos quedaban totalmente a oscuras. De vez en cuando una camilla subía de cirugia al área de recuperación. Al fondo en Oncología muchas cortinas separaban los cubiculos, para darle al enfermo terminal la poca privacidad que puede proporcionar una tela de punto tosco en color azul.
Al fondo del piso el inventario de la farmacia mantenía entretenidos a los dos enfermeros en turno. El jefe de medicos asistía una intervención imprevista. La encargada de recepción acomodaba los expedientes para el cambio de turno.
Sus lamentos se escuchaban todo el tiempo levemente, como el ulular del viento que movía las copas de los árboles. Los médicos habían hecho ya todo lo posible. Se esperaba su deceso para las próximas horas. Anciano, sin familia, sin hogar, llegó al hospital para morir en un cubiculo de tres por cuatro. Durante días se había desgarrado en un vomito doloroso. Un vomito sanguiñolento que redujo lo que quedaba de espiritu en ese bulto adolorido.
Su última ronda estaba programada a las cinco y media, antes de que llegaran las enfermeras del turno matutino. Indicada sobre su tabla estaba otra inyección de morfina para el paciente moribundo. Pero el estado de aquel cuerpo hacia notable su inutilidad.
Los aparatos reproducían un débil latido apenas audible y una aguja brin coteaba de un número a otro con muy poca fuerza.
Con las manos enguantadas apagó el respirador. Una respiracion agitada seguida por ligeros espasmos, luego, nada. Suavemente acomodó las manos del hombre sobre su pecho y cerró sus ojos. "Ahora puedes descansar" le susurró al oído mientras anotaba sobre su tabla: Hora de muerte 5:48 am.
15 Enero, 2010
Lilymeth Mena.
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Y sin embargo habla.

Para Margarita el habla era mucho más que un instinto desarrollado, para ella era su mejor instrumento. Desde muy niña se había distinguido por ser desinhibida, platicadora y muy simpática. En broma su padre solía decirle -Ay, hija. Tú hablas hasta con las piedras.

Lo cual no estaba en nada alejado de la realidad.
Por la mañana la jovencita saludaba a los pajarillos de su madre. Una pareja de canarios que cantaban alegremente dentro de su jaula. La chica era a lo más alegre y juguetona. -Buenos días, pajaritos. ¿Cómo amanecieron hoy?
Después del saludo a las aves, se encaminaba al comedor para saludar a su pez dorado, luego saludaba del mismo modo a su padre, a su madre, y finalmente a la nana que servia el desayuno
-Buenos días mi nana querida. Pero como eres chula mi viejita hermosa -canturreaba con su voz de niña mientras abrazaba a la anciana y le plantaba un beso en la mejilla.
En la escuela sabia ganarse el afecto hasta de los maestros más duros por que era adulona y divertida. Aparte de poseer ese ángel y linda sonrisa que la convertían en una criatura, a falta de otra palabra, encantadora.
Margarita recién comenzaba un nuevo ciclo escolar e intentaba identificar a los alumnos nuevos, para ayudarlos a integrarse al horario de clases. Una tarea que le inculcara desde que entrara a la preparatoria su tutor. Era una comisión que no le pesaba para nada y le acareaba puntos extra, así que lo hacia siempre con mucho gusto.
Entre el tumulto de chicos que se agolpaban para dirigirse a sus aulas luego que sonara el timbre, Margarita vio a un muchacho de mirada melancólica y serena que parecía perdido. Sostenía nerviosamente el horario y miraba hacia todas partes.
Margarita se le acercó con su sonrisa especial para darle la bienvenida y ayudarlo a encontrar su aula. Luego de indicarle el ala norte del edificio y darle instrucciones, se despidieron amablemente. Aunque el muchacho no la miró en ningún momento a los ojos, a Margarita le parecieron los más bellos que había visto nunca.
Durante todo ese semestre, Margarita intentaría acercarse al joven de todas las maneras imaginables, sin conseguir ningún avance. El muchacho era introvertido y callado. Gustaba de sentarse alejado de los grupos a la hora del recreo, para disfrutar de su merienda y algún libro.
Nuestra Margarita ya había hecho de todo. Esa mañana se acercó al chico mientras este tomaba jugo y terminaba de leer “La evolución de las especies”. Se sentó junto a él sobre el césped y con grandes esfuerzos intentó iniciar la charla, pero el muchacho no mostró interés alguno. Por el contrario había sumido aun más la mirada dentro del grueso tomo y la había ignorado por completo.
La niña contrariada, se alejó del lugar donde yacía el objeto de su afecto para caminar sobre el patio de juegos. Era extraño para ella sentirse ignorada, acostumbrada como estaba a ser el centro de atención. Con el ceño un poco fruncido no dejaba de preguntarse ¿Por qué le atraía ese joven que no parecía gustar de ella?
Sobre el concreto del patio había una piedra. La muchacha se inclino y se dirigió a la piedra -Papá dice que hablo tanto, que podría platicar hasta con las piedras. Seguramente tú me pondrías mas atención de la que me pone él. Anda, dime piedrita linda ¿Por qué no me quiere?
-Tal vez sea por que hablas demasiado y él es amante del silencio -Respondió la piedra.
03 Enero, 2010
Lilymeth Mena.
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